Mañana es el Black Friday, el día que más ventas se realizan del año por sus rebajas. La gente aprovecha para consumir irracionalmente. En España esto no existía hasta hace poco. Y ya he recibido correos electrónicos, apremiandome a qué consuma rápidamente porque sino lo hiciera, sería un tonto.
Las naciones están más pendientes de la Bolsa que si hay ancianos en las calles, muriendose de frío. Yo doy gracias a Dios por poder seguir estudiando. En España al menos, tienes que estar constatemente reciclándote. Es decir tienes que seguir formándote para un trabajo precario. Ahora todo el mundo tiene una licenciatura... y ante esa ingesta intelectual de realizar cursillos, comenzar carreras universitarias, aprender inglés, etc. nos olvidamos muchas veces de lo más importante. Tener algo de tiempo para poder amar y expresar que somos cristianos. Pero ya nadie tiene tiempo para nadie. Cada año que crecemos el tiempo se hace más escurridizo. Nos vamos olvidando para que estamos porque el espíritu del mundo nos ha ensordecido.
Hoy, con la exposición al Santísimo Sacramento como todos los jueves, es bueno parar un momento. Quedarnos en silencio antes de la celebración de la Misa y de la posterior Exposición. Debemos dejarnos penetrar por el Dios vivo, que nos ama.
Antes de la Misa estaba pensando en que iba a gastar el dinero de esta Navidad. También pensaba qué iba a comer y con quien me iba a reunir. No me extraña que Nietzsche dijera de nosotros que nos condenariamos por nuestros pecados sino por nuestra insuficiencia. Es decir, nuestra incoherencia. Nosotros tenemos el deber como cristianos de recuperar una Navidad cristiana, feliz en lo poco, generosa en lo mucho hacia quienes menos tienen.
En el rezo de Vísperas me fije en algo que me removió por dentro. Hoy debo decir que estuve especailmente atento a lo que rezaba. Y me desbarató todos los planes del día.
En el Salmo 71, el salmista inspirado por el Espiritu Santo prefigura la imagen del niño Jesús: “Que los reyes de Saba y de Arabia, te ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos sus reyes, y que todos los pueblos le sirvan”. Sin duda me laceró. Yo que estaba planeando hacerlo al revés!! No solo no iba a ofrecer dones al Niño Jesús, sino que además, no me iba a postrar.
En ese momento sentí vergüenza de mi mismo. Pero como toda inspiración, tuvo su contra en una tentación. Me argumentaba que sí necesitaba de verdad emplear el dinero en mejorar mi ordenador, que sí que es bueno comer bien porque celebramos el nacimiento de Dios, etc. Pero todo esto está muy bien para un cristianismo rebajado... un cristianismo tibio.
Me pregunté: ¿Acaso no debemos de cumplir el Salmo? ¿Y no dijo Jesús todo lo que hagáis al débil, al necesitado, al débil, al pobre, al hambriento, al enfermo... me lo hacéis a mi?. Ya no había más que decir, si es un capricho innecesario todo ese dinero para Caritas. Y por otro lado, ¿qué importa comer algo especial si lo que realmente es importante que el Señor me permita Comulgar todos los días la Eucaristía en Navidad? Ese es el manjar del hombre nuevo.
Y no soy un santo. Al contrario. Cada vez me veo más débil. Y no es falsa modestia. Pero me interpela la eterna pregunta... Cuando vea a Dios y me pregunte cuanto he amado? Le llevaré las manos vacías?