Nota mía:
Debemos pues ser “receptivos con el texto” de la Hora Santa de Antonio Amundarain de 1936, para poder aprovechar lo mucho valioso que contiene, comprendiendo el contexto, el receptor y la finalidad con que está escrito:
1) Las receptoras originales de esta Hora Santa, son para Hermanas Consagradas pertenecientes a la Alianza de Jesús por María..
2) Probablemente nos choque algunas expresiones en desuso (“[…]comenzó a buscar arrimo”). Para ello hay que tener presente la época en que fue escrita.
3) Contexto histórico. Debemos tener presentes el asfixiante ambiente anticlerical de los convulsos años de preguerra civil en España, reflejados en esta Hora Santa, cuando mencionan las tristes profanaciones y desagravios de Tabernáculos. Además de una persecución a la Iglesia y sus miembros, a los fieles católicos laicos. Estos pasajes del texto nos pueden servir para meditar y compararlo a los ultrajes, sacrilegios e indiferencias que sufre Jesucristo, o la Iglesia Católica y los cristianos perseguidos de todo el mundo por su fe.
4) También el empleo de algunos términos nos pude llegar a sorprender, sino tenemos en cuenta sus otras acepciones menos conocidas pero claves para entender el texto en su magnitud:
-expansión.2. f. Acción de desahogar al exterior de un modo efusivo cualquier afecto o pensamiento. Expansión del ánimo, de la alegría, de la amistad.
-tedio.2. m. Fuerte rechazo o desagrado que se siente por algo.(Cuando encontremos tedio, no debemos de entenderlo como aburrimiento sino como la acepción anterior.)
5)Mes. Abril. No es atrevimiento o error ponerle una fecha a la Pasión de Nuestro Señor en esta Hora Santa, fechándola en el mes de abril. El verdadero sentido es facilitar un paralelismo entre el Jueves Santo auténtico con el correspondiente al que vive el lector. Facilitando un mayor recogimiento y devoción
Alianza de Jesús por María. |
JUEVES SANTO
9 abril 1936
HORA SANTA
Para uso privado
De la A. J. M
Suplemento
de
“Lilium inter spinas”
INVITACIÓN
¡Hermanitas! Si en nuestra mano estuviera el poder reunir a todas en un solo templo, ¡con qué satisfacción y con qué interés os diéramos en esta noche memorable una piadora Hora Santa!
Nunca, como en este año, hemos sentido tan vehemente anhelo de pasar con vosotras una horade Getsemaní, una hora de soledad, de inquietud y de dulce compañía con Jesús solitario y agonizante.
No nos es posible hacerlos; pero sí nos es dejar correr a nuestra pluma y grabar sobre el papel la más vivas y sinceras expansiones de nuestro pobre corazón, para que en vuestra respectiva soledad, reunidas o solas, podáis recoger siquiera parte de lo que al oído más extensamente hubiéramos hablado a todas.
Zumárraga, Fiesta de la Anunciación de 1936.
ANTONIO DE AMUNDARAIN.
Triste está mi alma hasta la muerte. (Mat. XXVI).
Getsemaní
Ha sonado la hora señalada en los decretos eternos; ni un minuto más ni un minuto menos… Jesús bruscamente interrumpe la tierna expansión que, después de la cena, tuvo con sus discípulos en el Cenáculo. “Surgite, dice, eamus hinc”, “Levantaos y vámonos de aquí”. Todos con el Maestro se levantan; ellos miran al Maestro y el Maestro, en pie, los mira y… vuelve a reanudar el hilo de la conversación. No puede separarse de sus queridos amigos, y sigue hablando. Los ve tristes, e insensiblemente se prolonga… Últimas palabras, últimos consejos, últimas revelaciones, últimas expansiones de su divino amante Corazón.
Por fin salen…
En dos o tres grupos, envueltos en sus mantos, los once, y a la cabeza Jesús, con paso acelerado atraviesan la Ciudad. Triste todos, todos en silencio e intensamente afectados por todo lo que acaban de ver y oír en el misterioso Cenáculo.
Calles a media luz y silenciosas, caminos solitarios, Josafat, Cedrón, Olivete… La noche serena y fría de abril deja en silencio todos aquellos contornos; la luna vacilante con su luz mortecina, símbolo de una lenta agonía, permite ver apenas la senda, que por última vez va a recorrer el divino Nazareno.
¿Qué piensa Jesús…? ¿Y los que van con Él, Pedro y Juan? Poco hablaron en el trayecto, y ello fue sobre los inminentes acontecimientos, cuya revelación, una vez más los sumió en angustia y tristeza mayor…
Pronto llegaron a la entrada del Huerto, en cuya puerta detúvose Jesús hasta que estuvieron allí todos, aun los más rezagados. Los miró…; le miraron. Los ojos divinos penetraron aquellos corazones, y ¡qué dolor!, aunque generosos en palabras, no los halla a todos en disposición de probar el cáliz amargo que les brinda; y, muy a pesar suyo, entre los elegidos tiene que hacer una nueva selección: Pedro, Santiago, Juan… ¡ninguno más!
“Sentaos aquí, dice a los demás, mientras yo voy ahí y hago oración”
Mandó se quedaran fuera del Huerto, porque los halló débiles y cobardes. Así dice Orígenes. Hasta el Cenáculo todos fueron fervorosos; al Huerto los más llegaron rezagados. En las delicias del Cenáculo todos se creían generosos y dispuestos; al iniciarse el camino del sacrificio, muchos vacilan y se acobardan; allí es probada la entereza del amor.
¡Qué amarga decepción para el Maestro! Los más, casi todos, se quedan fuera…
¡Qué desventura para ellos! ¡Quedan fuera del Huerto, en noche cerrada, sin Jesús…! ¡Sin Jesús! ¡En noche cerrada!... ¡Fuera del Huerto…!
A todos invitó Jesús en el Cenáculo, y todos intrépidos salieron camino de Getsemaní; pero conforma iban acercándose, algunos primero y luego casi todos flaquearon, no mereciendo por eso entrar con Jesús.
Los más esforzados, los más generosos y fieles hasta el último momento merecen esta distinción. Jesús separa a éstos; los llama con su nombre. Simón, Santiago, Juan; los acerca a su Corazón y… se aleja en la obscuridad entre los olivos. ¡Gran predilección la de estos tres amigos íntimos!
¡Gran predilección la tuya, hermanita amada! ¡Cuántas almas vulgares y frívolas, almas piadosas de rutina, almas seguidoras de Jesús hasta el Cenáculo de las consolaciones sensibles, han quedado fuera del Huerto santo, a donde tal vez el Señor las convidó un día, y, por falta de generosidad y amor bien probado, se quedaron fuera, sin Jesús!
¡Oh, hermanita! Si de veras lo eres y lo has probado con tu vida de hermanita, has sido elegida por Jesús con predilección. ¿Quedarás hoy, por tu frialdad y cobardía, fuera del Huerto de Getsemaní? ¿Amas a Jesús? ¿Quieres acompañarle en las tristezas y agonías del Huerto?... El te llama, es su voz angustiosa ¿la oyes? Que no se lleve una triste decepción, viendo tu poca generosidad, tu poco amor…
¡Oh Jesús! Son tus escogidas, las dos mil quinientas hermanitas de la Alianza , que te siguen esta noche, no sólo hasta el Cenáculo, sino hasta las tristes soledades de Getsemaní. Haz, Señor, que ninguna quede fuera del Santo Huerto. Tu gracia eficaz dispondrá sus corazones; ella las hará capaces de beber contigo el cáliz de las amargas agonías. Todas, Jesús, todas contigo adentro, a tu lado, a consolarte… (Pausa)
Triste está mi alma
“Acabada, pues, la sacratísima cena, dice Fr. Luis de Granada, y ordenados los misterios de nuestra salud, abrió el Salvador la puerta a todas las angustias y dolores de su Pasión; para que todos viniesen a embestir sobre su piadosos Corazón, para que fuese crucificado y atormentado en el ánima, que lo fuese en su misma carne”.
Lo cual tuvo lugar en el mismo instante en que con sus tres amigos penetró en el interior de Getsemaní. Allí Jesús cerró la puerta a todos los consuelos, y la abrió a toda clase de mortales agonías y tristezas, y al momento sintió una terrible novedad.
De un paso a otro cambió su Corazón. Una ola de angustias y de terrores, de pavor y de espanto, de temor, miedo y tedio, de agonía y escalofrío de la muerte le envolvió cual furiosa tempestad.
Los evangelistas son breves, pero muy expresivos en este paso doloroso de Jesús.
“Comenzó, dice San Mateo, a contristarse y angustiarse vehementemente”. Es decir; era tal su tristeza y angustia, que casi quedaba exánime por la intensidad del dolor interior, lo cual significa San Lucas con la palabra más gráfica “agonía” y San Marcos como “tedio y pavor”.
¡Oh misterio! Jesús comenzó a estar triste, a temblar terriblemente asustado, a sentir pavor y espanto, a llenarse de tedio y de angustia. Y como solemos hacer todos, cuando estamos en este trance, comenzó a buscar arrimo en sus amigos íntimos, y, sin poder contener su profunda tristeza, hizo aquella confesión de su flaqueza, que más parece propia de un desgraciado que de un Dios: “Mi alma está triste hasta la muerte”.
Mira ahí, hermanita amada, a tu dulcísimo Señor pálido, débil, temblando, angustiado, sin fuerzas, casi sin vida. Y así agitado, oprimido el Corazón, respirando con fatiga, quiere desahogarse con sus amigos…: “Estoy triste, amigos míos, estoy tan triste, que muero de tristeza…” (Pausa)
Jesús está triste
Entre los escombros todavía humeantes de más de cuarenta Sagrarios arrasados y profanados, nos parece escuchar este angustioso grito de Jesús agonizante: “Triste está mi Alma hasta la muerte”
Lejos de su regalado Cenáculo, en la soledad fría y oscura de Getsemaní sentía Jesús el escalofrío de la muerte, y entre angustias incomprensibles se revelaba a sus amigos buscando consuelo.
Bien vio entonces, multiplicado y acrecentado, el cuadro desolador de tantos Cenáculos convertidos en tristísimos Getsemanís.
Y el eco de aquellas angustiosas palabras se deja ahora oír tan amargo, tan triste y tan doloroso entre los ruinosos y calcinados muros, que ayer fueron devotísimos cenáculos y hoy son mansiones de desolación… ¡Tristes Getsemanís!
¡Oh, sí! Jesús está triste, y, al abandonar esas dulces mansiones donde hasta hoy vivió tan amado y tan regalado por almas escogidas, ha tenido que recordar su triste salida de Betania, de Jerusalén, del Cenáculo, repitiendo con acento desgarrador: “Mi alma está triste”.
¡Jesús está triste! Triste con la tristeza que reflejan esos venerados Santuarios, que fueron moradas de santos; esos vetustos templos, que fueron su Casa solariega; esos escondidos Sagrarios, que fueron el despacho de sus infinitas misericordias, destruidos hoy por salvajes incendiarios…
¡Jesús está triste…! Como lo están esas vírgenes enlutadas que, huyendo de las llamas, cruzan las calles, llorando su desamparo, y mendigando por caridad un hogar o un simple refugio.
¡Jesús está triste…! Y con Él están tristes esas niñas y jóvenes, que quedan en la encrucijada, en doble orfandad, abandonadas y tal vez en merced de la codicia criminal de hombres desalmados sin corazón y sin piedad…
¡Jesús está triste, muy triste…! Y te lo dice a ti, hermanita amada; a ti, la escogida de su Corazón, su predilecta, a quien, como a Simón, a Santiago y Juan, quiere revelar íntimamente los secretos de su despedazado Corazón. Para eso de una manera especial te ha convidado esta noche a esta Hora Santa,
Reparadora y consoladora para Él.
¡Jesús está triste…! Y el mundo insensato, insensible a las lágrimas de su Dios, ríe, goza y se divierte alegre, bailando tal vez sobre los escombros de un lugar profanado.
¡Jesús está triste…! Y tú, hermanita, ¿no lo estás con Jesús y por Jesús? ¿Qué haces? ¿Lloras? ¿Ríes? ¿Velas? ¿Duermes?
¡Oh, dulce y pobre Jesús…! También mi alma está triste y mi corazón llora. No quiero consuelos, mientras no te vea a Ti sonreír.
Dame lágrimas de sangre para llorar las ruinas de un pueblo que fue tuyo, y hoy ciego, huyendo de Ti, lleva camino de su ruina y de su perdición. Aquí,
en este solitario Getsemaní, quiero contigo gemir y llorar tanta desventura y tanta desolación. (Pausa)
Por qué está triste Jesús
Las tristezas de Jesús en Getsemaní obedecen a varias causas. Dice San Agustín que Jesús voluntariamente excitó en su alma los más tristes pensamientos y que más podían angustiarle y acongojarle.
Vio, en primer lugar, su horrorosa Pasión en todo detalle; su imaginación se la representó vivísimamente con todas sus escenas, sus ignonimias, suplicios y dolores.
Veía perfectamente todos los instrumentos que iban a atormentar su cuerpo, y sentía ya en sus miembros su violencia y su peso.
No esperó, dice San Gregorio Niseno, el ímpetu de los Judíos, sino que, por especial genero de sacrificio, se adelantó a sufrir uno por uno, por la viveza de su imaginación, toda la serie de horrores y afrentas, las cuales estampó violentamente en su Corazón, para abrazar ahora, a la vez, lo que después había de sufrir sucesivamente.
Dieciséis horas de horroroso martirio, y lo que en la sucesión de los siglos había de tramarse contra Él, todo cayó en un solo punto, vivísimamente presente, sobre su Divino Corazón.
Allí desfilaron los verdugos inhumanos, los falsos testigos, los jueces injustos, los amigos apóstatas, los perseguidores de su Evangelio y de su Iglesia y los sacrílegos y profanadores del Santuario… ¡Que cuadro tan pavoroso y tan cruel…! (Pausa)
Otra causa de las tristezas de Jesús en Getsemaní fueron todos los pecados de los hombres, que en un momento vio y conoció en toda su gravedad y malicia.
¡Que horror le causarían las asquerosas imágenes de tantos pecados vergonzosos al través de los siglos!
Veía acumulada toda la podredumbre de los siglos, precipitándose sobre Él como un torrente de lodo. Jesús veía ante sí ese nauseabundo y abominable lodazal de impurezas, y cada una de ellas llenaba de repugnancia y de asco su Inmaculado y Purísimo Corazón.
Veíase aplastado bajo el peso de todas las iniquidades de los siglos, y al mismo tiempo bajo el peso de la justicia vengadora de su Padre, que exigía condigna expiación por ellos.
Veíase como un miserable leproso, cargado de todos los crímenes, hecho maldición, temblando ante la Santidad infinita de su Padre…
¡Hermanitas…! Y vio los tuyos; todos los tuyos, y ¡cuánto le repugnaban…! ¡Eran tan feos…! Y ¡Oh amor! cargó con ellos para expiarlos. ¿Los recuerdas? ¿Los ves? ¿Los lloras? (Pausa)
Nueva tristeza y desolación debió ser para Jesús la seguridad del poco fruto, que los hombres habían de sacar de sus grandes sacrificios.
Iba a dar la vida por los hombres, y ¿cuál había de ser el fruto de todo ello? El árbol de la vida, plantado por Él y regado por su Divina Sangre, lo ve transformado en árbol de corrupción, con cuyo fruto tragarán la muerte millones de almas.
Ve las fuentes de vida sobrenatural envenenadas por la herejía y el error, los Sacramentos menospreciados, la túnica de su Iglesia rasgada y manchada, la Eucaristía profanada, su Sangre pisoteada…
Ve pueblos y naciones, regenerados por su Evangelio y por su Sangre, alejándose de su Corazón, y miles y miles de almas, redimidas por los dolores de su cruento sacrificio, precipitándose en el infierno… Y vio, hermanita amada, almas, que en otro tiempo bebieron en su Divino Costado el néctar suavísimo del amor, almas que fervorosamente le consagraron sus amores en la Alianza , y luego, entibiándose poco a poco, se fueron distanciando, se alejaron primero de la Obra y después de Jesús, y… se perdieron.
¡Qué angustia, qué dolor, qué tristeza para Jesús…! (Pausa)
Entonces y hoy
Una vez en Getsemaní y mil veces en nuevos Getsemaní se reproducen terriblemente los motivos de las tristezas de Jesús.
Hermanita amada, serenamente recogida, echa una mirada a esta desventurada Nación.
Hubo tiempo- es testigo la historia- en que fue a modo de un regalado Cenáculo, donde Jesús volcó su Divino Corazón abrasado, enamorado, tiernísimo y misericordioso sobre sus fieles siervos y amados.
Hoy, ¡con qué amargura lo decimos! Es un solitario y tristísimo Getsemaní, al mismo tiempo que un sangriento Calvario, donde yace Jesús gimiendo entre angustias y tristezas de mortal agonía.
Ahí se repitan acrecentadas y multiplicadas las terribles escenas de su sacratísima Pasión: amigos cobardes, apóstoles traidores, jueces injustos e hipócritas, potestades inicuas, verdugos inhumanos y crueles y un pueblo engañado, que vocifera el “crucifícales” del pretorio en tumultuosa manifestación… Todo se reproduce; nada falta al espantoso cuadro del Jueves y Viernes Santo.
Ahí está tu Jesús juzgado, sentenciado y condenado a muerte en asambleas públicas, en mítines populares, en tribunales de leyes, en periódicos y hojas callejeras, en secretos conciliábulos, en simples tertulias de café y encrucijadas de calle…
Tu Jesús, hermanita, tu Jesús Divino y Amoroso, entregado a la furia de las turbas por hombres, que, conociendo y confesando su inocencia, no han tenido el valor de librarle de sus garras de fiera…
Tu Jesús abofeteado, escupido, blasfemado, arrojado de su propia casa, pisoteado y arrastrado por las calles, flagelado, mutilado, abrasado en llamas, devorado por los perros y sepultado vivo entre las ruinas del Santuario…
Tu Jesús, hermanita piadosa, oprimido bajo el peso de todas las iniquidades y crímenes: odios de hermanos, blasfemias, sacrilegios, profanaciones horrorosas, violaciones, obscenidades y aberraciones las más repugnantes de un pueblo que fue, como Jerusalén, popule meus, pueblo suyo, predilecto de su Corazón… Ahí está tu Jesús humillado, aplastado, como vencido y derrotado; sin hogar, sin templo, sin altar, sin amigos, angustiado, hastiado, triste, solo, abandonado y repitiendo mil veces: “Mi alma está triste hasta la muerte”.
Y tú, hermanita amada, que, por gracia especial, vives dentro de este inmenso Getsemaní, ¿qué haces? ¿No oyes sus amargos gemidos? ¿te parecen lejanos? ¿no te conmueven?
¡Oh…! Acércate, hija predilecta de su Divino Corazón; vela ahí, ora, gime y de lo más íntimo de tu corazón repite conmigo: Jesús, tus hijos venimos a consolarte con amor. (Repítase)
En doloroso Getsemaní se ha trocado la que fue nación predilecta de tu Divino Corazón, y al verte ahí humillado gemir con tristezas de muerte: Jesús, tus hijas venimos a consolarte con amor.
Las potestades confabuladas han decretado tu muerte y el exterminio de tu Santa Ley, y viéndote por ellas postergado y menospreciado, angustiado y triste hasta la muerte: Jesús, tus hijos venimos a consolarte con amor.
Las turbas ciegas, seducidas y engañadas, se han desbordado contra Ti y tu Iglesia, desatando su lengua blasfema contra tu santo Nombre; y considerando su desgracia y desventura, y la amargura y dolor, que siente tu amante Corazón: Jesús, tus hijos venimos a consolarte con amor.
Manos sacrílegas han profanado tu Santuario, arrastrando entre escarnios y mofas infernales la imagen de tu Cruz y de tu Sagrado Corazón; y viendo con espanto tanta desolación, a Ti, Señor, con tanta pena, triste hasta la muerte: Jesús, tus hijos venimos a consolarte con amor.
Unidos la codicia y el odio han robado, destrozado y arrasado en llamas tus Sagrarios, arrojando entre los escombros el Divino Sacramento de tu amor; y, al escuchar en medio de las ruinas, los ayes de angustia y de tristeza de tu despedazado Corazón: Jesús, tus hijos venimos a consolarte con amor.
A la vista de tanta iniquidad y de tanta maldad, muchos hijos y amigos tuyos, Señor, permanecen fríos e indiferentes, siguiendo tal vez despreocupados e insensibles la corriente de sus culpables pasatiempos y desahogos. ¡Oh! Viendo tanta indiferencia entre los tuyos y tan pocos amantes de tu Corazón: Jesús, tus hijos venimos a consolarte con amor.
¡Oh, sí!; nosotros hemos venido a consolarte, Señor.
Para amarte y consolarte ha venido tu Alianza al mundo. “Consoladores busqué…” y los has encontrado y asociado en tu Obra predilecta. Y aunque los malos sigan persiguiéndote y los buenos permanezcan en su culpable insensibilidad e indiferencia; nosotras, tus hijas, te seguiremos al destierro y a la soledad de tu Getsemaní. Y hasta que un día una nueva aurora de paz y de amor venga a anunciarnos la fecha venturosa de tu reinado en nuestra patria y en las almas, la Alianza consoladora permanecerá contigo triste hasta la muerte.
¡Oh Jesús! Por tu gran piedad, haz que así sea.
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