sábado, 3 de diciembre de 2011

SAN FRANCISCO JAVIER (1º Parte)

Patrón Universal de las Misiones
3 de Diciembre. Presbitero (1506-1552)

Aquí estoy, Señor, ¿qué debo hacer?
Envíame adonde quieras;
Y, si conviene, aun a los indios.

            Javier es un Castillo de Navarra, solar de la familia en la que nació el santo que ha convertido ese nombre en uno de los más populares nombres de pila y que llevan también muchísimos lugares e instituciones de la geografía universal católica. Él se llamaba Francisco, como el Pobrecillo de Asís, tan venerado en su casa. Nació en 1506 y murió, con sólo cuarenta y seis años, en 1552. Era ya el apóstol de Asia, pero moría solo, en la isla de Shangschuan, y sin haber podido pasar a China.

            San Francisco Javier fue el adelantado de las misiones católicas en la Edad Moderna. Con solos los medios de la navegación a vela, recorrió más de ciento veinte mil kilómetros para anunciar a Jesucristo a pueblos que nunca habían oído habla de Él y bautizó a decenas de miles de personas. Javier es la figura prototípica del apóstol, lleno de vitalidad, de iniciativa y valentía. Posiblemente fue el primer europeo que se adentró en el Japón y el primero que escribió a Europa contando las cosas que ocurrían allí. Afrontó viajes muy penosos, soledades e incomprensiones, lenguas y culturas desconocidas, envidias e intereses mercantiles y políticos. Todo, para cumplir la misión de su vida: llevar a los más posibles la salvación que sólo se encuentra en Jesucristo, el Señor.
            Javier había sido alcanzado por Cristo hasta el fondo de su alma. Por eso pudo convertirse en un gran misionero. Cuando tenía 23 años y estaba terminando sus estudios de leyes en París, su amigo Pedro Fabro le presentó a otro estudiante, quince años mayor que él, que le iba a ayudar a descubrir cómo se gana de verdad la vida: "Javier, ¿de qué te vale ganar el mundo si pierdes tu alma, si te pierdes tú mismo?". Ignacio de Loyola Loyola insistió durante años en esta reflexión. Javier era un buen muchacho, pero era un joven rico, como el del Evangelio, lleno de posibilidades y proyectos para sí mismo. Con todo, al fin el castillo de Javier capituló: sí, no hay mejor modo de ganar la vida que perderla por amor a Jesucristo. Ya no volvió a su tierra; se sumó a quel grupo de "amigos en el Señor", que el 15 de agosto de 1534, se comprometieron con voto a vivir en pobreza y castidad y a predicar, como los apóstoles, en Jerusalén, a fieles e infieles; o si eso no fuera posible, a ponerse a disposición del Vicario de Cristo para ir adonde él los quisiera enviar. Con San Ignacio y sus demás primeros compañeros, Javier recibió la ordenación sacerdotal en Venecia. Como no salían barcos para Tierra Santa a causa de las guerras con los turcos, la Providencia los puso en camino hacia Roma. Cuando la Compañía de Jesús no estaba aún aprobada por el Papa más que de palabra, en marzo de 1540 San Ignacio envía A Javier a las misiones de la India, cumpliendo el deseo del Vicario de Cristo, que nombra al joven misionero nuncio suyo en aquellas tierras.

El viaje era una verdadera aventura. La travesía desde Lisboa a Goa, arrastrados por los vientos hasta las costas del Brasil, bordeando África, con alto en Mozambique, duró más de un año. El periplo estuvo lleno de penalidades y a muchos viajeros les costó la vida. Pero Javier ya le había entregado la suya a Jesucristo, como les escribe a los compañeros de Roma, al poco de llegar a la India: “Los trabajadores de tan larga navegación, tomándose por Quien se deberían tomar, son grandes refrigerios… Creo que los que gustan de la Cruz de Jesucristo, nuestro Señor, descansan viviendo en estos trabajos, y mueren si huyen de ellos. ¡Que muerte tan grande es vivir dejando a Cristo después de haberlo conocido!”.

 ¿A que iba Javier a la lejana Asia? Escuchémosle a él: “Los padres de la Compañía del nombre de Jesús vamos a poner guerra y discordia entre los demonios y las personas que los adoran, con grandes requerimientos de parte de Dios, primeramente al rey (de China) y después a todos los de su reino, que no adoren más al demonio, sino al Criador del cielo y de la tierra, que los crió, y a Jesucristo, salvador del mundo, que los redimió. Grande atrevimiento parece ser éste, ir a tierra ajena y a un rey tan poderoso, a reprender y a hablar verdad, que son dos cosas muy peligrosas en nuestro tiempo. Pero sólo una cosa nos da mucho ánimo: que Dios nuestro Señor sabe las intenciones que en nosotros quiso poner y con esto la mucha confianza y esperanza quiso por su bondad que tuviésemos en él”.

Entonces, como hoy, era peligroso denunciar el error y proponer la verdad. Javier lo sabía bien. Lo que tal vez no habría podido imaginar es que algunos cristianos de nuestros días, contagiados de indiferencia y relativismo, iban a llegar a pensar que es incluso mejor no inquietar a los adeptos de las religiones o a los no creyentes proponiéndoles la verdad de Jesucristo, ya que todas las religiones o todos los humanismos serían igualmente válidos para llegar a la salvación. El camino de Javier fue bien distinto. Él respetó con caridad exquisita a todos. Apreció la apertura espiritual de sus interlocutores: “ Los japoneses son hombres de muy singular ingenio, y muy obedientes a la razón… conocían que la ley de Dios era verdadera”. Pero si confiaba en la capacidad humana de apertura a la verdad, más confiaba en la Verdad misma: “Mucha confianza y esperanza quiso por su bondad que tuviésemos en Él”.

La confianza de Javier en Dios fue creciendo a medida que iba perdiendo apoyos humanos. Su misión no era suya, sino la del Señor. Él abrió caminos que otros muchos apóstolores podrían recorrer en el futuro. Al fin y al cabo, la verdad que predicaba era esa: gana la vida quien la pierde por amor a Jesucristo. Era la verdad que no podía dejar de comunicar. Desde 1927 es el patrono universal de las misiones.

Fuente: Magnificat, Libro del Peregrino JMJ 2011:




Oración que compuso y decía el Santo:
Eterno Dios, Creador de todas las cosas, acordaos que Vos creasteis las almas de los infieles, haciéndolas a vuestra imagen y semejanza.
Acordaos, Padre Celestial, de vuestro Hijo Jesucristo, que derramando tan liberalmente su Sangre padeció por ellos. No permitáis que sea vuestro Hijo por mas tiempo menospreciado de los infieles, antes aplacado con los ruegos y oraciones de vuestros escogidos los Santos y de la Iglesia, Esposa bendItísima de vuestro mismo Hijo; acordaos de vuestra misericordia y, olvidando su idolatría e infidelidad, haced que ellos conozcan también al que enviasteis, Jesucristo, Hijo vuestro, que es Salud, Vida y Resurrección nuestra, por el cual somos libres y nos salvamos, a quien sea dada la gloria por infinitos siglos de los siglos. 
AMÉN.

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